martes, 6 de septiembre de 2011

paseo por La Ciudad






En el recuerdo, La Ciudad, es grisácea. Las piedras son grises. Todo es gris. Cuando llueve, y llueve casi siempre, el gris de las losas de las rúas, parece plata refulgente titilando como el filo de una navaja. En ocasiones tales, La Ciudad es otra. Se diría que La Ciudad es un bosque que se va desparramando lentamente, igual que agua que se fuese esparciendo, extendiendo por las colinas dulces, por las lánguidas laderas, hasta llegar a las brañas, dejando atrás las sernas. Pero el bosque es de piedra.

Agua y piedra. También una música armoniosa que, según los días, puede ser la del batir de las campanadas mas serias que uno sea capaz de imaginar; o la del mismo batir de la lluvia contra los cristales de las galerías; o acaso la del zumbar del viento en las torres gemelas de la catedral, enormes y hermosos cipreses de un camposanto rutilante a par de las que, La Ciudad, se esparce descendiendo por las vegas o subiendo hacia los oteros; que tan en le centro del universo mundo están las torres y tan posible es toda la música que de ellas surja; como posible es que, de tan difusa como es la luz que todo lo envuelve, nunca se sepa donde termina La Ciudad y comienza el firmamento…



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